miércoles, 9 de julio de 2014


El lado oscuro del Arte.

¿Quién ampara al bailarín cuando

la luz del escenario se apaga?





En la vida todo es movimiento, un continuo fluir; muchas sociedades la concibieron como una danza, desde la ondulación de las nubes, a los cambios de estación. La historia de la danza refleja como los pueblos conocen el mundo, relacionan sus cuerpos y experiencias con los ciclos de la vida, y sobre todo socializan sus emociones.

La jerarquización de la danza clásica como profesión fue un proceso lento que en nuestro país hasta hoy se torna complejo. Contamos en la actualidad con cinco cuerpos estables de ballet clásico: El Teatro Colón, El Teatro Argentino de la Plata, El Teatro de Bahía Blanca, El Teatro de Córdoba y el Teatro de Salta, los cuales tienen a la mayor parte de sus artistas en planta permanente. Debemos sumarle a estos cuerpos El Teatro Lírico del Centro del Conocimiento de nuestra provincia, pero a diferencia de ellos todos sus bailarines se encuentran contratados sin relación de dependencia.

Como cualquier actividad física de alto rendimiento, la danza clásica genera un alto riesgo de lesiones en los bailarines, como dice el  doctor Juan Carlos Gómez Hoyos, traumatólogo-deportólogo, colombiano: El ballet es una actividad atlética exigente que requiere capacidad y resistencia aeróbica, fuerza muscular, flexibilidad, estabilidad articular y coordinación neuromuscular y a la vez es una forma de arte. Se compone de movimientos complejos que requieren arcos extremos de movilidad, fuerza estática y dinámica, estabilidad corporal central y un balance permanente; además exige permanecer por tiempo prolongado en aquellos arcos extremos de movimiento, lo cual somete a sobrecarga las estructuras óseas y músculo-ligamentosas periarticulares. Esto hace que los bailarines de ballet puedan sufrir lesiones músculo-esqueléticas, porque son altamente entrenados y se encuentran en riesgo significativo de lesiones durante el entrenamiento y la competencia intensivos, debido a la naturaleza repetitiva de sus patrones de movimiento”.

Las estadísticas nos marcan que según las compañías de baile profesional y los departamentos de emergencia consultados durante 17 años según el National Electronic Injury Surveillance System han encontrado que de 17 a 95 % de sus bailarines se lesionan anualmente y esta incidencia varía según el sitio anatómico afectado. Aquí se plantea la primera problemática: “puede el bailarín bailar hasta los 60 años como dice la actual ley de jubilación” ciertamente esto es imposible, ya que teniendo en cuenta los años de trabajo, de lesiones, de desgaste físico, con suerte podrá bailar hasta los cuarenta años si no presenta afecciones irreversibles. Nos encontramos ante un vacío legislativo difícil de enmendar donde el bailarín debe buscar una salida, desempeñándose como maestro, ensayista coreógrafo en la compañía que integra, pero claramente no hay lugar para todos.

Existe un proyecto de ley para incluir al ballet dentro del listado de actividades, que deben estar comprendidas en un régimen jubilatorio diferencial. El objeto de estos regímenes diferenciales es la adecuación de la cobertura de la vejez a diversas situaciones a las que está expuesto el trabajador durante su vida laboral, sea por desempeñarse en tareas que implican riesgo, o que por sus exigencias son causa de agotamiento o vejez prematura, o por prestar servicios en lugares o ambientes en condiciones desfavorables.

La problemática en Misiones es muchísimo más severa, ya que además de que sus artistas están contratados anualmente sin relación de dependencia, tampoco poseen ART (Aseguradora de Riesgos del Trabajo), son simples monotributistas, encontrándose totalmente desprotegidos y la profesión cada vez más humillada.

A estas problemáticas se suma la más difícil de resolver, las lesiones irreversibles. Vemos a lo largo de la historia del ballet como grandes figuras se lesionaron reiteradas veces imposibilitando su trabajo futuro. Julio Bocca es un claro ejemplo con siete operaciones, dice: “Muchas veces trabajé con dolor; por ejemplo, en mi rodilla izquierda ya no tengo ni cartílagos ni meniscos, sino hueso con hueso; no obstante, hay que salir al escenario y olvidarse de todo”. Pero también afirma que: “uno debe saber cuáles son sus limitaciones” y por eso se retiró definitivamente de los escenarios a los 40 años.


Los bailarines coinciden

Recabando opiniones de profesionales de la danza, el misionero José María Vázquez,  bailarín estable del Teatro Argentino de la Plata, plantea: “el paso de los bailarines a estables es importante para igualarnos al resto de los trabajadores, teniendo de este modo protección médica, cargas sociales, jubilación”. Con respecto a la jubilación nos dice: “es un beneficio al que acceden todos los empleados, tanto públicos como privados, entonces la pregunta sería ¿por qué no acceder a ese beneficio? siendo que las leyes laborales ‘protegen  al trabajador’, la cuestión seria finalmente, ¿qué tipo de jubilación le correspondería? si a los 20 años de servicio o a los 35, como el resto de los trabajadores y aquí está el problema con el que se topan los elencos estables”. Con respecto a las lesiones expresas: “dada la complejidad del trabajo de un artista del ballet, este está siempre expuesto a sufrir algún tipo de lesión, la gran mayoría, prevenibles y por lo tanto fácilmente tratables. Las lesiones irreversibles. son a mi entender la mayor limitación que enfrentamos: según la normativa correspondería una jubilación anticipada, tomemos en consideración que (en el caso del Teatro Argentino y el Ballet de Bahía Blanca) aportamos el 16% de nuestro sueldo , mientras que un trabajador ‘común’ aporta el 11%, por lo tanto sería lo más sano en ese caso”.

 

También la Primera Bailarina del Teatro Colón la Nadia Muzyca, nos dice que ella cree en la estabilidad del bailarín, “se supone que uno va a seguir perfeccionándose y que el paso a estabilidad no cambiaría nada, al contrario tendría que generar pertenencia a nuestro lugar de trabajo y de esta manera generarnos un crecimiento diario, en conjunto e individualmente”. Además hace hincapié en que la jubilación es necesaria para dejar paso a los más jóvenes. También agrega: “Las lesiones muchas veces suceden y son parte de nuestra carrera, por eso hay que trabajar conscientes de lo que hacemos para que no sucedan, atenderse con kinesiólogos -de ser necesario-. El Teatro Colón  tiene cobertura por si llegara a pasar algo, ART, y contamos con médicos y kinesióloga”.

Todas las voces apuntan a la verdadera jerarquización de este arte, con todos los derechos que cualquier profesión posee, y de este modo que cuando las luces del escenario se apaguen para siempre, el bailarín encuentre una mano tendida hacia su futuro.

 

Por Cintia Mansilla

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